¿Qué ocurrió con el mundo y conmigo desde aquel 2005 y María Elena Cruz Varela?

María Elena Cruz Varela.Retrospectivas personales.
«A mí también me pasaron por una hoguera moderna» [Por Napoleón Lizardo/Hialeah, enero 03, 2005]

Se prolongaron los años. Sólo ayer, en pleno invierno sur floridano pude sentarme a escucharla, en un ambiente que no pudo ser más propicio. Ella vive de un lugar paradisíaco, el que desearían para sí muchos escritores que arriban a los Estados Unidos sin más opción que la premura de encontrar un trabajo cualquiera; a ella, tal cual ocurre con su creación literaria, inspirada, vertida en su persona con propósitos ineludibles, se le han permitido oportunidades especiales para poder dedicarse al menester; vive inmersa de una comunidad judía donde los pasos no interrumpen la tranquilidad  de las veredas, ni el nado de las aves de un lago rodeado por la civilización que apenas pretende robar de la soberanía natural; ella en ocasiones quisiera escuchar algo de ese enrumbar las calles que una vez conociera en Hialeah. Parece que mereciera esa apacible convivencia con la familia, luego de tanta turbulencia de destierro, para allegar a esos los propósitos que el ser superior le reserva; así, alejada del tráfico y conducir vehículo alguno, rodeada de un orden sano.

No querría abrumarla con elogios que no inspira en su prestancia. Se niega a la ramplonería superflua, a la admiración plana, esa que tipifican los biógrafos en sus ensayos; prefiere alcanzar al afecto de quien la describa o quien la dialogue.

Me sorprendió escucharla hablar de los valores del país que habita, por sobre la europa intelectual, por más que su espíritu transgrediera aquellos los derechos limitados con que se nos condenara a nacer o pernoctar en la Cuba del úcase; ella pudo conocer a la España que necesito recorrer, y sin embargo se percata de norteamérica, y le agradece el refugio.

María Elena Cruz Varela fue mi inspiración para intentar en Camaguey, lo que su movimiento Criterio Alternativo pudo avanzar en La Habana, todo antes que se soñaran proyectos varelas, telefonía disidente, la represalia 75, poetas y publicaciones en el extranjero lejano a mi provincia, etc. De su prédica hube de charlar en cada celda, en época en que los intelectuales conocidos apenas alcanzaban a enviarme saludos en voz baja. Todo y más de lo relatado en mis artículos Cuba Interdicta 1  & 2. María Elena es la tenacidad con que ha debido bregar todos estos años recorriendo el mundo y alejada de su Habana; la misma Habana que aprendí a percibir en diálogos con su sra madre, la que se observa diferente desde la perspectiva de un provinciano que en sus 34 años apenas si manoseara el primer periódico impreso fuera de la ergástula castrista; ella tiene encantos que quizás no haya tenido tiempo de advertir y/o cultivar en su compromiso social; hay dureza en cada acertijo que pronuncia, ha pasado por crueles experiencias, duras aún para su escasa travesía por el mundo, para esa juventud que sentí; ella oculta tras sus modos sobrios de vestir, a una de esas madonnas recreadas por la pintura ochocentista; no es la aburrida colección de rasgos de una modelo; aún cuando se la escucha en argumentos, cuando te describe su percepción de la vida, asunto este de una originalidad que no puede dejar de advertir un lector avisado, has de notar, en tu condición de hombre, que ella posee muy sobradas razones y maneras para seducir; como es el caso de su voz a través del teléfono, o el juego femenil de sus manos, o su voluptuosa humanidad. No tenía idea de que estas impresiones me fueran a surgir tras tantos años de agradecerle su convocatoria por Cuba. ¿Sería posible retrotraerla de sus ocupaciones por escribir, cuando ella tiene la determinada decisión de aceptar aquellos «los propósitos de un espíritu superior»? ¿Alcanzaría ella a vivir su vida de mujer aún y a pesar de esos propósitos? ¿Habrán los modos de cautivar la atención de alquien de sobrado argumento?

Por muchas razones, incluyendo el breve plazo de un par de horas, hube de escucharla en temas debatibles, pero preferí disfrutar de la empatía a que invitaba cada ademán suyo, el suave riptus de seguirla en las evoluciones de su imaginación y certezas.

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